Allá por el pleistoceno franquista, el bailarín Antonio fue detenido y encarcelado por ciscarse, verbalmente, «en los muertos de Cristo». Curiosamente, el dictador resultó ser antes admirador del bailarín que defensor de la siempre represora Iglesia y le indultó.
Hoy, en plena democracia y con la teórica libertad de expresión que deberíamos disfrutar plenamente, el actor y activista de no se sabe bien qué, Willy Toledo, ha sido detenido en rebeldía por una nueva blasfemia, de esas que se hacen famosas, al cagarse en un dios que ni siquiera sabemos que exista.
Una vez más, la derecha católica más reaccionaria y fundamentalista -esta vez bajo el paraguas de la Asociación Española de Abogados Católicos- se ha erigido en defensora de los sentimientos religiosos y ha acusado al actor ante el juzgado, con la esperanza de escarmentar al locuaz Willy.
Toledo se negó por un par de veces a acudir al juzgado, lo que le valió que el magistrado ordenara ayer su detención, hecho que en efecto se produjo.
Por muy antisistema que uno sea y por mucho que defienda sus derechos -que lo son-, nadie puede negarse a presentarse ante el juez cuando es requerido para ello, entre otras cosas porque ese mismo Estado de Derecho que protege -más o menos- la libertad de expresión, obliga también a los ciudadanos a acudir a los tribunales cuando una autoridad del poder judicial lo considera oportuno.
Dicho esto y bajo la advocación del «coño insumiso», debería quedar claro que la blasfemia no puede considerarse en nuestros días como un delito, máxime cuando es una Iglesia que sólo se representa a sí misma la que dicta esa hipócrita moral, que muchos aceptan situar por encima de nuestros derechos fundamentales amparados por la Constitución Española.
Dejemos pues para esos países dominados por la extrema derecha más religiosa la confusión entre moral y derecho, entre pecado y libertad, ganada a pulso por los votantes más reaccionarios o por quienes todavía consienten ser gobernados por gobiernos dictatoriales, hayan pasado o no por las urnas.
Puede que Willy Tolelo se merezca un par de imaginarias collejas por bocazas y por su constante manía de provocar, incluso cuando no hace falta. Puede también que le convenga alguna pequeña sanción por no acudir en su día al juzgado. Pero por blasfemar no merece castigo alguno. Faltaría más.