Con esta frase me tuiteó un señora, como contestación a un artículo mío en el que culpaba por igual a los independentistas y al gobierno de Rajoy por el problema de Cataluña.
Visto lo visto, señora, esperar que Mariano Rajoy defendiera a los catalanes no independentistas fue una vana ilusión. Y hay varias razones, ya sabidas, para ello.
Nunca, nunca, la represión es un buen camino para luchar contra causas emocionales tan relevantes como el independentismo. Tanto los errores de Rajoy como las actuaciones de la Fiscalía General del Estado, así como la aplicación inventada del artículo 155 de nuestra Constitución, se han revelado como una secuencia de meteduras de pata que sólo han servido para calentar aún más los ánimos de la práctica mitad de los catalanes.
Tiempo de sobra tuvo Rajoy para dialogar con el Govern de la Generalitat y para intentar llegar a acuerdos capaces de pacificar suficientemente el ambiente. Pero no. En una manifestación típica de la más dura de las derechas, Rajoy ha pasado años haciendo luz de gas a los independentistas, mientras estos se iban fortaleciendo en sus planes de secesión.
Como escribí no hace mucho, la calidad estratégica de los independentistas catalanes -aunque no comparto en absoluto sus fines- ha resultado infinitamente superior en inteligencia y habilidades tácticas a la mediocridad que ha demostrado el PP ante semejante desafío político.
Las fotos de los Cuerpos de Seguridad del Estado apaleando a pseudovontantes del pasado 1 de Octubre dieron la vuelta al mundo, aportando una campaña publicitaria impagable que favoreció al independentismo. De hecho, a media mañana de ese día, cuando el gobierno central fue consciente de que estaba equivocándose gravemente, dio la orden de suspender los golpes, aunque el referéndum ful continuara.
¿Por qué atacaron los policías y la Guardia Civil? ¿Por qué dejaron de hacerlo?
Fue un reconocimiento del error cuando este ya no tenia remedio.
De igual manera, la actuación de la judicatura -a instancias de una fiscalía que sí dependía del gobierno- ha dado pié a interpretaciones políticas con las que los independentistas han conseguido metas de inusitado alcance: tener «mártires», en forma de dirigentes políticos y sociales catalanes encarcelados. Más leña a un fuego realmente difícil de apagar.
Y la respuesta social de una gran parte de los catalanes no se ha hecho esperar: los independentistas han vuelto a conseguir mayoría absoluta en el Parlament; el PP se ha estrellado radicalmente en Cataluña, perdiendo incluso la posibilidad de formar grupo parlamentario propio; y los votos de los catalanes que se niegan a que Cataluña se separe de España, se han ido mayoritariamente a Ciudadanos, el partido de la derecha, autentico competidor del PP. Peor imposible, como resultado de la aplicación del 155.
Mientras tanto, hoy mismo, en una videoconferencia de Puigdemont -al que su cobarde mutis por el foro belga no ha perjudicado en absoluto, sino todo lo contrario- mantenida con sus correligionarios en Cataluña, el expresidente ha manifestado entre risas: «España tiene un pollo de cojones».
Como ve usted, señora, no hay quien la defienda. Y si fuera usted consecuente, demandaría de inmediato la dimisión de un Mariano Rajoy que ha resultado inútil y estúpido ante un problema político de gran calado que no ha sabido resolver. Pero este no es un país avanzado moral ni políticamente. Aquí no hay honor suficiente y por eso no dimite nadie.