Mi lado femenino

Vivir un cáncer de mama

Hoy, Día Mundial del Cáncer de Mama, se me agolpan los recuerdos todavía recientes del sufrimiento de mi mujer y de mi hermana, víctimas afortunadamente supervivientes de esta terrible enfermedad. Recuerdos que me resulta necesario relatar, no ya por cuestión de una catarsis personal, sino para avisar de que no existe mujer que deba sentirse libre de semejante amenaza.

Evidentemente, el cáncer de mi esposa pude vivirlo mucho más en directo que el de mi hermana, paso a paso, con el corazón encogido en un puño, con lágrimas a escondidas, aterrorizado y al mismo tiempo optimista porque mi chica es una luchadora nata. Y qué decir, del terror de nuestro hijo, todavía un niño en aquella época, que fue consciente de que podía perder a su madre.

Un mal día, en una revisión rutinaria, le detectaron el bicho, ya crecido y amenazante, lo que supuso la puesta en marcha de un operativo de urgencia en la Sanidad Pública que no puedo por menos que agradecer profundamente.

Todo tipo de analíticas y exploraciones se realizaron de inmediato con tal de calibrar con exactitud el alcance de la enfermedad. Al igual que de inmediato pasó por el quirófano para extirparle el tumor y proceder a su examen más profundo.

Fue necesaria una segunda operación para terminar con dos pequeños tumores «in situ» más, así como para extirparle el ganglio centinela y todo el sistema linfático de su brazo izquierdo.

Y a partir de ahí, tras esas dos exitosas operaciones, empezó el calvario de la quimioterapia, con sus terribles efectos secundarios como el malestar general, la caída del pelo -ese hermoso, negro y rizado pelo con olor a almizcle-, el ennegrecimiento y posterior pérdida de las uñas de los dedos pulgares de los piés, así como esa sensación de que el cuerpo está siendo destrozado. Y como cantó en su día Luz Casal, sintiendo como las venas de su cuerpo se tornaban débiles y machacadas.

Siguió luego la tanda de sesiones de radioterapia, algo así como si le metieran la mama afectada en un microondas, periódicamente. Un pecho enrojecido, achicharrado, pero curado al fin y al cabo.

La extirpación de los ganglios de su brazo, han derivado en un linfedema (aumento de líquidos que la ausencia de sistema linfático no puede drenar) crónico, que además de obligarle cada día a vestir mangas especiales de presión o vendas, así como asistir a sesiones de rehabilitación, le da problemas de vez en cuando, como la última infección generalizada que sufrió diez años después de detectado el cáncer. Sin olvidar que el linfedema no está reconocido como patología incapacitante en grado alguno en nuestro país. No así en otros estados europeos.

Y siempre sabiendo que un enfermo de cáncer lo es para toda la vida, por mucho que haya recibido el alta. Toda una lucha vital que la acompañará para siempre, resonando de vez en cuando en la consciencia de quien vive amenazado.

El caso de mi hermana, afortunadamente, fue más leve y aunque siguió todos los mismos pasos que mi esposa, no han aparecido de momento efectos tan molestos como el linfedema, por lo que de momento se está librando de la sarta de curiosos y curiosas que constantemente le preguntan a mi mujer sobre lo que tiene en el brazo, impidiendo así que pueda olvidar a ratos -o echarse a la espalda- su enfermedad. Otro sufrimiento más, el psicológico.

Mi artículo de hoy, con toda su realidad y crudeza, está dedicado a todas ¡todas! las mujeres, recordándoles que deben practicar constantemente las medidas de prevención que los protocolos recomiendan, desde la autoexploración de las mamas hasta las visitas médicas periódicas, mamografías, etc.

En la actualidad, y este es el mensaje de esperanza, la inmensa mayoría de patologías con cáncer de mama tienen cura y, lo más importante, un índice muy elevado de supervivencia. Pero ninguna mujer debería olvidar el aviso de que el sufrimiento de hacer frente a tan terrible enfermedad está ahí, con cada vez más casos, para amargarle la vida.

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