Ante un presente continuo, en el que el paro se convierte en un problema estructural, Finlandia se dispone a ensayar -por primera vez en el mundo- la llamada renta básica. Una noticia que ha pasado relativamente desapercibida, pero que conviene airear por aquello de las barbas del vecino.
El ensayo alcanzará inicialmente a una muestra de 2.000 personas, que percibirán 560 euros solo por ser ciudadanos finlandeses de pleno derecho y por el mero hecho de estar vivos.
Está previsto que esta prueba tenga una vigencia de dos años, tras los cuales se realizará el estudio socioeconómico correspondiente y se extraerán las conclusiones para ejercer las correcciones necesarias e implantar o no la renta básica indefinidamente.
Así, uno de los países que fueron líderes mundiales en tecnología -todos recordamos la marca de teléfonos móviles Nokia, que aún pervive pero en manos de Microsoft- es uno de los primeros en reconocer la evidencia de que mantener un nivel aceptable de empleo y bienestar social, resulta hoy por hoy imposible. En Finlandia, la tasa de paro actual se sitúa en el 9%.
Un reciente estudio de la universidad de Oxford confirma esta tendencia y avisa que el 57% de la fuerza de trabajo realizada por personas en los países de la OCDE está en riesgo de desaparición, ante el imparable desarrollo tecnológico y la automatización de los procesos.
Se debe añadir el consenso de los principales macroeconomistas mundiales en que acometer acciones sociales como las que se dispone a ensayar Finlandia, requiere el crecimiento, sí o sí, de los ingresos fiscales del Estado y, en consecuencia, la reestructuración de las tablas fiscales, cargando claramente el esfuerzo impositivo en los que más tienen.
Si volvemos la mirada hacia nuestro país -en el que algunos partidos han reclamado la implantación de la renta básica-, con una tasa de paro del 20% y una creciente precariedad en el empleo, conviene ser claros tanto desde la política como desde las organizaciones empresariales, sindicales y universitarias. No como hasta ahora, cuando una especie de cobardía generalizada oculta la realidad de las posibilidades de empleo en España.
No hace tanto tiempo cuando la mayoría de los sectores económicos españoles se basaban en la mano de obra intensiva, lo que dejó nuestra competitividad por los suelos con la entrada en el mercado de países con una mano de obra mucho más barata y carente de derechos laborales, amén de la carencia de obligación medioambiental alguna.
Y de esas apenas dos décadas hasta ahora, se ha mecanizado nuestra agricultura -además de contratar inmigrantes durante las crestas de trabajo-, se han automatizado nuestras fábricas y muchos de los servicios se han trasladado a Internet, dejando así por el camino tanto a las empresas que no supieron adaptarse a los cambios tecnológicos, como a los trabajadores que ya no resultaban necesarios para proceso alguno. Y la burbuja inmobiliaria -artificialmente hinchada- resultó ser la gota de agua que derramó una crisis generalizada.
Mientras tanto, ninguno de los gobiernos nacionales o autonómicos españoles ha realizado plan estratégico alguno, orientado a una reconversión transversal y vertical de nuestro tejido productivo, inacción que no les ha impedido malgastar en tiempos de bonanza y de carencia, así como mostrarse incapaces de establecer una fiscalidad más justa. Solo alguna empresa que otra ha orientado sus estrategias hacia fórmulas de negocio que aporten a la sociedad una gran ocupación y unos márgenes comerciales que permitan mantenerla ahora y en el futuro.
Esto es España, señoras y señores. Un país deprimido que gasta todas sus energías en la queja y en el recorte. En cualquier cosa menos en el avance.