Hoy, la demagogia está servida. Eso pensarán, al menos, muchos de los lectores. Vean si no.
Décadas hace ya de aquella famosa campaña electoral del PSOE que pedía el cambio. Y cierto que en gran parte se consiguió. Con la llegada de Felipe González al poder, fueron muchos los escalones de bienestar y derechos que nuestro país subió en un corto plazo de tiempo. Pero ¿Y Andalucía?
Prácticamente desde la creación de las autonomías, Andalucía ha sido gobernada ininterrumpidamente por el PSOE. 38 años hace ya. Y sigue estando a la cola de España en cuestiones tan relevantes como el paro, el PIB, la renta per cápita, el éxito escolar y muchas otras cuestiones.
Y, salvando las distancias -no sólo geográficas-, en un tiempo similar Suecia avanzó muchísimo más, gracias a cuatro décadas de poder socialista y a pesar de haber sufrido las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial.
Así que, sin ambages, ya es hora de preguntarse cuáles han sido las causas de tan sonoro fracaso socialista en esta tierra nuestra del sur, que alberga nada menos que al 25 % de la población española.
Cierto es que el AVE llegó a Andalucía; que Sevilla tuvo una Expo; que la educación pública, la sanidad y otros derechos se implantaron allí al igual que en el resto de España; que el turismo sigue desarrollándose. Faltaría más.
Pero grandes extensiones de terreno agrícola sigue baldío, la industria apenas es significativa -a pesar de los esfuerzos por crear empresas públicas desde Madrid-, la mayoría de los andaluces siguen siendo claramente pobres y sus mandamases siguen quejándose de los gobiernos centrales sin reconocer sus propios fracasos.
No se me ocurrirá calificar a los andaluces de incompetentes. Ni siquiera sacar a la palestra las cartas de José Bonaparte a Su hermano Napoleón, relatando ciertos asuntos, ya en los albores del siglo XIX. Porque tiempo de sobra ha habido para pilotar un gran cambio cultural y actitudinal -si es que este último hubiera sido necesario- que llevara a la totalidad de la sociedad andaluza a mejorar colectivamente su destino.
Así que no queda más remedio que rebuscar en la responsabilidad de un partido socialista, que durante todo este tiempo ha tenido en su mano la posibilidad de ejercer los cambios necesarios, en vez de optar por el clientelismo más burdo e improductivo, destinado principalmente a mantenerse en el poder.
Y socialistas de ese perfil y con esos inmensos desastres en su mochila son, precisamente, los que ahora pretenden frenar la recuperación de los valores de la izquierda en el PSOE.
Olvidan esos socialistas de derechas que tanto la militancia del partido como sus simpatizantes están ya en otro estadio, en el que los cambios sociales y políticos, así como las nuevas necesidades de la población, reclaman nuevos aires de gobierno y prácticas más justas, igualitarias e innovadoras desde los partidos.
Por eso ha sido tan criticado el golpe interno que se produjo hace unos meses en el PSOE. Al igual que son mal recibidas las intenciones medrosas y procrastinadoras de una gestora que se adivina fácilmente a las órdenes de la baronesa y sus iguales, que sólo entienden la política desde sus tronos de taifas, desde su propia mediocridad y desde el pánico a ser nuevamente de izquierdas.
Por el cambio, sí. Pero dentro del PSOE. De una vez.