Mi lado femenino

Carmen, en la distancia

Siempre resulta doloroso ponerse a escribir cuando alguien apreciado se ha ido para siempre. Y hoy resulta especialmente duro tras el fallecimiento de Carmen Alborch.

No puedo decir que fuéramos amigos, porque sería faltar a la verdad. Pero en mi imaginario sí cabe una extraña relación mantenida durante décadas, siempre en la distancia, casi siempre en la noche.

Puedo asegurar, a poco que acierte al observar a las personas, que algo teníamos en común. Probablemente, mucho más de lo que comparten los «conocidos de vista».

Durante décadas coincidimos muy frecuentemente en los bares de moda, en eventos o fiestas. Tantas veces que he llegado a pensar que Carmen, su pelo de un rojo imposible y yo formábamos parte del paisaje, de una escena en la que dos elementos cotidianos nunca llegan a formar un conjunto, a modo de bodegón inanimado.

Nuestras amistades comunes, mujeres y hombres, políticos, profesores, artistas, diseñadores, empresarios, buscavidas, gente guapa o simplemente alegre, eran incontables. Pero nunca cruzamos una palabra que fuera más allá del saludo o la simple cortesía.

Y es que me atrevo a decir que tras el conocido carácter abierto y comunicativo de Carmen, se escondía esa soledad bien llevada que le permitía estar en un lugar repleto de gente con ganas de marcha, totalmente aislada y encerrada en sus pensamientos. Una particularidad que comparto y que me ha permitido sobrevivir en medio de la vorágine que mi ya viejuna historia de rockero, mi antigua profesión de publicitario o mi pertenencia a entidades que gestionaron tendencias de la moda, amenazaba mi intimidad.

Y tanta llegó a ser la distancia con Carmen, en esas noches compartidas sólo en el tiempo y en el espacio, que llegué a pasar unos días con mi mujer y otros amigos en un apartamento de Denia que ella frecuentaba, sin llegar a verla un sólo momento.

Una extraña relación, coincidente durante más de cuarenta años, que ayer se rompió para siempre. Una presencia distante, que en su desaparición me ha producido un profundo dolor, porque una de las referencias del escenario de mi propia vida está viajando para siempre hacia las estrellas.

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