Mi lado femenino

Feminisma

Como en toda revolución -y ahora toca, por fin, la de las mujeres- se cometen excesos. Los propios de toda época de lucha en los que la vehemencia llega a cotas insospechadas. No nos extrañen pues algunas astracanadas del feminismo, que también las tiene.

Aún resuena en mi cabeza la desmedida feminización del término portavoz, convertido en «portavoza» por Irene Montero y jaleada por la secretaria socialista de Igualdad, Carmen Calvo. Un nuevo e incorrecto palabro que nada tiene que ver con aquel neologismo de las «miembras», pues si bien este último parte de un sustantivo masculino con posibilidades de expresarse en femenino, la palabra portavoz es neutra, tanto en su característica de término compuesto como en la etimología del mismo. Porta, lleva, sostiene, ostenta, representa. Voz, el sonido que sale de las gargantas y bocas de hombres y mujeres, la voz, con todas sus grandezas y miserias.

Uno, que se declara feminista sin ambages; que comprende y aprueba en gran medida la necesaria discriminación positiva; que admite con sólo algunos reparos e intenta corregir humildemente informaciones carentes de verdad mientras sea por la causa; se atreve, con toda moderación, a recomendar a las mujeres que esta revolución feminista tan necesaria se realice con la mayor calidad posible, por el bien del propio movimiento y para que la meta de la igualdad se alcance sin duda alguna en sus intenciones. El feminismo sólo alcanzará su objetivo final si se sustenta en la justicia, la complicidad y la inteligencia. No en las estupideces.

No hace tantos días que me tocó denunciar que el logro español de sentar a una mujer en el tribunal europeo de los Derechos Humanos, se consiguió pagando un altísimo precio. La susodicha, promete acatar y defender leyes contra las que se declara militante. Antiabortista, homófoba, ultracatólica y miembro del siempre sospechoso moralente Opus Dei. Ese es el perfil de esta mujer que ha llegado a altas cotas de representación femenina, que no feminista, quede claro.

Preparémonos pues a tener paciencia, porque la revolución feminista, que con toda seguridad va a ver la luz durante este año 2018, nos va a deparar aún más descalabros lingüísticos, éticos y más propios del petardeo y el chonismo que de la revolución cultural de que se trata.

Y estemos también ojo avizor ante la ya vergonzosa defensa que el machismo y sus adláteres mediáticos está poniendo en marcha con tal de desprestigiar a las mujeres que luchan por algo tan simple y tan necesario como el respeto y la igualdad.

Ya saben las feministas españolas que no cuentan en absoluto con el apoyo del gobierno del PP -como era de esperar-, aunque tampoco deben olvidar que somos cada vez más los hombres que apoyamos esta importante, y nuestra, meta. Cuenten pues con nosotros en su revolución, en sus manifestaciones y en sus demandas.

Comprenderemos los excesos que va a causar este gran cambio. Pero también criticaremos todas aquellas tonterías populistas provenientes de mujeres y hombres que no son de fiar.

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