El gobierno del PP está consiguiendo la aprobación de sus presupuestos a golpe de talonario. Las negociaciones habidas con Ciudadanos, PNV y el representante de Nueva Canarias, así lo demuestran.
Esta manera de negociar proyectos de ley para que salgan adelante no es nada nuevo. Pero con frecuencia olvidamos que los acuerdos de este calibre se sustentan en el poder negociador de ambas partes, algo que no todos tienen.
Póngase como ejemplo al País Valenciano, que no consigue obtener una dotación suficiente con un reparto justo de los Presupuestos Generales del Estado por mucho que su gobierno autonómico patalee.
Desde el punto de vista público, el País Valenciano esta lisa y llanamente arruinado -por mucho que sus gobernantes actuales se nieguen a utilizar este concepto, supongo que por el qué dirán- con una carencia de fondos públicos impropia de su número de habitantes.
Los sucesivos gobiernos del PP en la tierra levantina, saquearon las arcas públicas a golpe de macroeventos, despilfarro inusitado y corrupción generalizada. Así, una comunidad autónoma que suele aportar más o menos el 10% del PIB, se ve ahora marginada económicamente por el mismo partido que la saqueó.
Pero lo más grave es que, desde el punto de vista político, el País Valenciano no tiene nada que ofrecer, ningún cartucho para negociar. Sólo un cabreo generalizado que ni siquiera comparten los votantes valencianos del partido conservador.
Al final, aunque sea contra las conciencias de quienes no compartimos suficientemente el nacionalismo, va a ser necesario de que los valencianos nos convirtamos en una amenaza, ya que por justicia nada conseguimos.
De esta manera, supongo que los altos cargos del PP son conscientes de su propia paradoja: la de combatir el nacionalismo al mismo tiempo que lo alientan al comprar sus voluntades para obtener sus votos en las Cortes.
Y siguiendo con esta secuencia lógica, también habría que deducir que el separatismo catalán acabará arreglándose con dinero, se produzcan o no agravios comparativos entre las voluntades ya compradas y las que se quedan con el trasero al aire, sin el dinero suficiente para gestionar adecuadamente sus competencias.
Cuestiones como estas son las que impiden que una gran cantidad de ciudadanos españoles confíen en sus gobiernos, viendo como la política es un cambalache más de dudoso nivel ético y moral.
¿Habrá que animar a Compromís a que acreciente su naturaleza nacionalista? ¿Habrá que extender por la tierra valenciana el ansia de separatismo suficiente para que el gobierno central nos sienta como amenaza con suficiente poder negociador?
Algo habrá que hacer, mientras los actuales gobernantes del País Valenciano no dispongan de voluntades que comprar.