FILOSOFÍA IMPURA

A vueltas con la confianza

Alguien me dijo una vez que la confianza es como el crédito ante otro. Al principio podemos conseguirlo y, paulatinamente, nos encargamos de perderlo a base de errores o de malas pasadas a quien nos lo otorgó, situación que resulta muy difícil remontar. Aunque a veces ni siquiera otorgamos confianza desde el principio. Por ejemplo: ¿quién puede confiar en Donald Trump?

Si extrapolamos la confianza a la masa social, la cosa se torna mucho más compleja, pues de esa credulidad general dependen asuntos tan importantes como la política, la economía, las inversiones o, lo que es más importante, el estado de ánimo de los ciudadanos.

Hoy, con excepción de en nuestros entornos más próximos -y a veces ni eso- apenas si confiamos en aquellos de cuyo poder depende nuestra calidad de vida o nuestro dinero.

Y es que grandes empresas, entidades financieras, partidos políticos, gobiernos y muchas otras organizaciones están consiguiendo, a través de sus pésimas actuaciones y malas prácticas, que nuestra confianza se haya ido a freír espárragos.

El problema es que tras la falta de confianza se esconde el miedo y, más atrás aún, la parálisis social, la falta de proactividad.

Cuando esto ocurre, la ciudadanía se vuelve loca en gran medida, deja de creer en lo que hasta un momento determinado consideraba adecuado, convierte en hechos judiciales lo que deberían ser simples negociaciones, pide -¡menudo peligro!- mano dura, lleva los celos hasta la violencia de género o acaba odiando al diferente.

En este ambiente de desconfianza generalizada se debate como puede la sociedad actual, generando así un estado de ánimo con grave riesgo de acabar mal.

Y así, leyendo algunas páginas sobre la filosofía de la confianza, tan impura como cualquier otra, encuentro que unos de los factores que sustenta la confianza es nuestra nivel de oxitocina, que sintetizada por el cerebro en la dosis adecuada es capaz de generar un estado de ánimo positivo y más abierto a nuestra credibilidad sobre los demás.

No estaría mal, pues, que se incluyera esta droga en el agua corriente, a ver si de esta manera, colocados de euforia, somos capaces de superar la justificada depresión social en la que nos encontramos. Algo así vino a escribir Aldous Huxley en su famosa y clarividente novela «Un mundo feliz». Métete una dosis de soma y alégrate el día.

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