Con la muerte de Fidel Castro, es menester dar un repaso a todo lo que a uno le pasa por la cabeza, con respecto al personaje y al transcurrir de su pueblo.
Y lo primero que me viene a la meninge es la hipocresía con que siempre se han tratado sus aciertos y sus desastres. Hipócritas los dirigentes de países desarrollados, incapaces de aportar a sus ciudadanos los avances sociales -como sanidad, educación y otros- que Fidel implantó en Cuba. Hipócritas los políticos occidentales que le acusan de subvertir los derechos humanos, olvidando que en EEUU está implantada la pena de muerte y todavía existen graves problemas racistas y xenófobos; olvidando que en la Unión Europea se ha practicado un austericidio que ha condenado a la pobreza a millones de ciudadanos; olvidando todos su injusta actitud al rechazar a inmigrantes y refugiados.
Los males provocados por el dictatorial Fidel, resultan ser una minucia cuando se comparan con los que en nuestros avanzados países se presentan como el resultado de una crisis provocada falsamente por unos ciudadanos, acusados de vivir por encima de sus posibilidades y que ahora la tienen que pagar. Eso sí, democráticamente.
Después he pensado en todos esos «gusanos», «marielitos» y «balseros» que ayer brindaban en masa en la Miami que les acogió y les dio una vida mejor. Y me pregunto si esos exaltados por la muerte de Fidel, volverían a Cuba -si hubiera un cambio político- abandonando su calidad de vida actual. En principio, me cuesta creerlo.
Y ya, de manera más tangencial, me acuerdo de otras cuestiones, como en qué situación se encontraba Cuba antes de la llegada de la victoria de Fidel -el «patio trasero de EEUU», llamaban a Cuba- con un régimen sanguinario y un elevadísimo nivel de corrupción. Eso sí, con democracia. Manda huevos.
Como también recuerdo la crisis de los misiles, provocada porque Fidel tuvo que buscar apoyo en la entonces URSS, ante los fallidos ataques y cientos de atentados provenientes del poderoso vecino del norte. El que nunca venció a Cuba, limitándose a arruinarla, en la medida de lo posible, con sus bloqueos y otras miserables acciones sustentadas en el mercado negro.
Incluso se me hace imposible olvidar el liderazgo cubano, con Fidel Castro al mando, en otros países que las estaban pasando canutas, con sus violentas dictaduras militares o con sus modelos sociales insostenibles. En esos países, el apoyo de Fidel garantizó cambios que aún permanecen, los más con éxito, otros con la peor de las copias.
Pero al fin y al cabo, lo mío no son más que recuerdos que agradarán a unos y serán denostados por otros. Me da igual, que estos recuerdos son míos. Cierro ya, no sin desear al pueblo cubano el mejor y más justo de los progresos, así como un futuro feliz y en paz.