LO QUE HAY

El valor añadido

Resulta que el recientemente firmado tratado de comercio entre la Unión Europea y Canadá, permite que la marca norteamericana ‘Valencia Orange’ pueda ser comercializada en la propia Europa, por mucho que los valencianos protestemos al creer protegida nuestra propia marca.

En su momento, y a instancias de un consorcio de exportadores privados, se consiguió el registro para Europa de la marca ‘Cítricos Valencianos’. Y esa cortedad de miras geográfica es la clave del asunto. Es el resultado de hacer las cosas mal y de no ser conscientes de que, con frecuencia, nuestra cortedad de miras nos genera pan para hoy y hambre para mañana.

Los mismos valencianos que ahora protestan, carecieron de la visión global de los mercados y no registraron la marca valenciana en un ámbito mundial que protegiera el origen de nuestros cítricos. Y ahora llegan los lloros y las quejas, echando al tratado una culpa que el acuerdo no tiene.

Cierto es que todos los tratados comerciales de amplio espectro geoestratégico son peligrosos, sobre todo para la parte más débil. De ello seremos conscientes cuando avancen aún más las negociaciones para el TTIP, que permitirá a Estados Unidos un dominio imperial de sus multinacionales sobre las leyes, los salarios y el medio ambiente europeos.

Pero, por mucho que protestemos, la realidad es que muchas de nuestras debilidades nos las hemos ganado a pulso.

Baste recordar, ya que hablamos de naranjas, de algunas pifias cometidas por el empresariado agrícola valenciano, cuando prefirieron anteponer sus propias prebendas al interés general de nuestra agricultura.

Por ejemplo, los negocios agrícolas implantados hace décadas en Marruecos por empresarios valencianos, promoviendo plantaciones de productos hortofrutícolas que hoy compiten con los nuestros, siendo transportados delante de nuestras narices con destino a Europa. Productos de inferior calidad y a un precio menor. Algo impensable para los agricultores franceses, que tantas veces han atacado violentamente convoyes españoles al paso por su territorio.

O también la transferencia tecnológica realizada, ya hace años, por la principal de nuestras cooperativas agrícolas, a la región de China que se dedica al cultivo de sus populares y denostadas naranjas. Esa región asiática producía una sola variedad de naranjas antes de nuestra ayuda. lo que provocaba una larga estacionalidad de paro en los cultivos. Y allí llegamos los quijotes valencianos a enseñarles cómo cultivar distintas variedades, que les permitiera una mayor ocupación de sus campos y conseguir una oferta más rica y atractiva.

Como también ocurrió durante décadas con nuestros vinos, vendidos mayoritariamente a granel para beneficio de marcas foráneas. Recordemos aquel famoso rosado de aguja portugués, vendido aquí a un alto precio, cuando el vino procedía a mansalva y tirado de coste de nuestras bodegas.

Todo lo que produce Europa, se ha ido pudiendo emular -cada vez con más ventaja- en cualquier otro país del mundo. Máxime ahora que la tecnología está ya al alcance de cualquier economía que avance adecuadamente. Y más aún cuando en la mayoría de los demás países, los salarios son más bajos y las leyes más laxas. Aún recuerdo cuando un empresario me dijo que no había que temer a los países en desarrollo porque no podrían hacer frente al elevado coste de la tecnología. Craso error, como se ve.

Pero lo que resulta mucho más difícil de conseguir para los nuevos operadores internacionales es el valor añadido obtenido a lo largo de los años por muchas marcas europeas. Y ese valor añadido de las marcas -obtenido con el I+D+i, con el prestigio y con la confianza de los consumidores- debería ser intransferible y adecuadamente protegido. De lo contrario, nos seguiremos encontrando con cuestiones como la que hoy nos ocupa, teniendo que tragar con ‘Naranjas de Valencia’ producidas en Canadá.

Da la impresión de que los valencianos somos gente de negocios, más que de empresa, y que vivimos siempre pensando en el corto plazo, cuando no en el inmediato. Si fuéramos realmente empresarios -que algunos tenemos- tendríamos visión, además de ambición, y plantearíamos las cosas con sentido común, destinando parte de nuestros esfuerzos al largo plazo. Mucho nos queda todavía por aprender, aunque ya no nos queda casi nada que proteger.

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