Lágrimas y congoja recorrieron los escaños del grupo parlamentario socialista en la sesión de investidura de este pasado sábado. Eran conscientes los diputados del PSOE de que el ‘mal menor’ elegido era un desastre, una carga de profundidad autoinfligida que tardará muchos años en ser asumida por sus militantes y simpatizantes.
Ya de buena mañana, fuimos espectadores de las lágrimas de Pedro Sánchez, cuando anunció la renuncia a su acta de diputado, eso sí, con la promesa de volver a la batalla interna e intentar la recuperación de esos valores del socialismo que durante las últimas semanas se han ido al garete.
Y ante esas caras largas y compungidas se creció Rajoy, negando el pan y la sal a posibles pactos que pusieran en duda los logros del presidente conservador. Se pasó tres pueblos D. Mariano en un acto de chulería destinado, sin duda, a echar más leña al incendio socialista.
Pero no fue Rajoy el único en hurgar con saña en la herida. Porque apareció Rufián con una sarta de muy crueles diatribas, que si bien tenían alguna certeza en su contenido, las bramó innecesariamente con unas formas impresentables.
Y aún hubo que soportar que el otro rufián, Pablo Iglesias, le diera una palmada, como de felicitación, cuando el portavoz de Esquerra paso junto a él, de vuelta de su soez discurso.
Como también hubo que soportar que algunos diputados de Podemos estuvieran de acuerdo con el vergonzante discurso del representante de Bildu, que volvió a poner en cuestión a las víctimas de ETA.
Incluso el portavoz de UPN, declamó su exclusivista defensa de las clases medias de Navarra olvidando, sin pudor alguno, a todas aquellas personas desfavorecidas de su tierra.
Bribonadas de rufianes que provocaron momentos de tensión en los que representantes de Ciudadanos y de Podemos casi llegaron a las manos.
Y no hubo más en el interior del Congreso en una sesión con resultado anunciado, que debería haber transcurrido de manera bien distinta, si la corrección formal y la defensa a ultranza de los principios de cada uno hubieran sido ejercidas. Una presidenta del Congreso vestida de corto como para una boda, dio la enhorabuena a Rajoy y eso fue todo.
De Boabdiles llorones y rufianes crecidos está compuesta en la actualidad la izquierda española. Ya no se trata de la habitual división. Es toda una debacle.
¿Pero al occiso qué lo mató: la traición… o los epitafios?
El supuesto desbloqueo no es sino rendición sin condiciones, una carta blanca otorgada por quien eligió esclavizarse a luchar, por el miedo a perder sus prebendas.
Si Rajoy se columpió, fue porque sabía (con semanas de antelación) que podía hacerlo. Como dijo Iñaki Gabilondo, «El PSOE [en referencia a lo que quede tras la escisión autoinfligida] es un ahorcado que se mantiene aún de puntillas: cualquier mínima brisa -a derecha o a izquierda- le hará perder pie». ¡Y él solito se puso en el cadalso…!
Hay una fábula (Iriarte, Samaniego… ¡cuán olvidados tenemos a nuestros antiguos maestros morales!) que dice claramente: «Si el sabio te crítica, debes sospechar que lo haces mal. Si el necio te aplaude… ¡ya puedes estar seguro!»:
La puntilla no la dieron los dichos rufianescos (pues «a palabras necias… ajos comes») sino el aplauso unánime con el socio infiel… y su nuevo dueño. Como ya dijera F.González (el del BBVA no: «el otro») es que «la misma m. son…»
El menú está claro: el futuro será «o nosotros, los moderados (¿?) patrios de bien -«que robamos lo justo»- o ellos, los radicales comunistas separatistas (¡de derechas!) etarras -¡sansculottes desintruídos que vaya Vd. a saber qué privilegios abolirán!» Y a río revuelto, elijan una orilla: ganarán los pescadores.
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