Se acerca el primero de Noviembre y ante esta especial fecha vuelve la muy católica y extremista Congregación para la Doctrina de la Fe -antes Santo Oficio y antes Santa Inquisición- a meterse en camisas de once varas, con un nuevo dictamen que prohíbe el esparcimiento de las cenizas de un ser querido o guardarlas en casa.
No objeta la cremación -porque reconoce el avance de la técnica- pero obliga a sus creyentes a conservar las cenizas en ‘terreno sagrado’, bajo amenaza incluso de prohibir la celebración del funeral en caso contrario.
Y por supuesto, nada de introducir cenizas en joyas, recordatorios o cualquier otra clase de objeto ‘nihilista’.
De haberse publicado antes semejante documento, podría haberse evitado la leyenda que corre por uno de nuestros pueblos próximos a Valencia, que según relata, en fechas de plena hambruna tras nuestra Guerra Civil, alguien confundió el recipiente de la harina con el de las cenizas del abuelo, en el preciso momento en que se disponía a cocinar un mojete, de esos que al menos hacen más sabroso el pan.
Desconozco si el plausible caso del mojete llegó o no al Vaticano, pero lo que sí permanece allí es esa manía eclesiástica de prohibir, prohibir y prohibir, aun corriendo el riesgo de seguir perdiendo clientes.
No parece pues que la actual Inquisición sea capaz de renunciar a su tétrica historia llena de crímenes y terribles torturas y ejecuciones realizadas en nombre de su dios. Aunque, al menos, las cenizas cuyo destino hoy dirime desde Roma no están provocadas por sus asesinatos en la hoguera.
A mí, que no creo en el cielo, en el infierno ni en la resurrección de los cuerpos, me importa un pimiento lo que se haga con mi cuerpo cuando me vaya al otro barrio. De hecho, prefiero que se aproveche de mí todo lo que resulte útil y, el resto, para practicar medicina. Que todo vale, como en los cerdos.
Vaya por delante mi respeto a todas las religiones, aunque yo no practique ninguna, pero cuando alguna de ellas entra en terrenos tan talibanes, me saltan todas las alarmas ante cualquiera que pretenda constreñir el derecho natural más importante: la libertad.
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